miércoles, 30 de diciembre de 2009

Con el tiempo...



Con el tiempo uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar un alma; y uno aprende que el amor no significa acostarse, y una compañía no significa seguridad.
Con el tiempo comprendes que sólo quien es capaz de amarte con tus defectos, sin pretender cambiarte, puede brindarte toda la felicidad que deseas.
Con el tiempo aprendes que las palabras dichas en un momento de ira pueden seguir lastimando a quienes heriste, durante toda la vida.

Con el tiempo aprendes que disculpar cualquiera lo hace, pero perdonar es solo de almas grandes.

Con el tiempo te das cuenta que el que humilla o desprecia a un ser humano, tarde o temprano sufrirá las mismas humillaciones o desprecios multiplicados al cuadrado.

Con el tiempo aprendes a construir todos tus caminos en el hoy, porque el terreno del mañana es demasiado incierto para hacer planes.

Con el tiempo verás que aunque seas feliz con los que están a tu lado, añorarás terriblemente a los que ayer estaban contigo y ahora se han marchado.

Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo, ante una tumba, ya no tiene ningún sentido. Desafortunadamente, solo con el tiempo ...

La ambición de querer ser


Hace muchos años, en la isla de Hokkaido, vivía el joven Humi, que se ganaba el sustento pican­do piedras. Aunque joven y sano, no estaba con­tento con su destino, y se quejaba noche y día. Humi, pese a no conocer bien el cristianismo, sa­bía que, según su tradición, al menos una vez al año se satisfacían los deseos de la humanidad. Así, un día de Navidad rezó con mucha fe y, pa­ra su sorpresa, se le apareció un ángel.

-Tienes salud y toda una vida por delante -le di­jo el ángel- Todos los jóvenes deben empezar a hacer

algo. ¿Por qué vives quejándote?

Dios ha sido injusto conmigo y no me ha dado la oportunidad de llegar lejos -respondió Humi. Preocupado, el ángel se presentó ante el Señor para pedirle ayuda y que su protegido no ter­minara por perder su alma.

-Que se haga tu voluntad -dijo el Señor- Como es Navidad, todo lo que desee le será concedido. Al día siguiente, Humi estaba picando piedras cuando vio pasar un carruaje que llevaba a un noble cubierto de joyas. Pasándose las manos por el rostro sucio y sudoroso, dijo con amargura: -¿Por qué no puedo ser noble yo también? ¡Ése es mi destino! -¡Así sea! -murmuró su ángel con gran alegría. y Humi se convirtió en dueño de un suntuoso palacio y de muchas tierras, rodeado de sir­vientes y caballos. Salía todos los días con su im­presionante cortejo, y le gustaba ver a sus anti­guos compañeros, mirándolo con respeto.

Una tarde, el calor era insoportable; incluso ba­jo su parasol dorado, Humi sudaba como en los días en que picaba piedras. Se dio cuenta en­tonces de que no era tan importante como pensaba: por encima de él había príncipes, empe­radores, y más alto todavía estaba el Sol, que no obedecía a nadie, pues él era el verdadero rey

-¡Ángel mío! ¿Por qué no puedo ser el Sol? ¡Ése debe ser mi destino! -se lamentó Humi.

-¡Que así sea! -exclamó el ángel, ocultando su tristeza ante tanta ambición.

Y Humi fue el Sol, como era su deseo. Mientras brillaba en el cielo, maravillado con su gigantesco poder para hacer madurar las cose­chas o quemarlas a su voluntad, vio un punto negro que comenzaba a avanzar a su encuentro.

La mancha oscura fue creciendo y Humi se dio cuenta de que era una nube que se extendía a su alrededor y le impea ver la Tierra. -¡Ángel mío! -gritó Humi-. ¡La nube es más fuerte que el Sol! ¡Mi destino es ser nube!

-¡Así sea! -respondió el ángel. Se convirtió en nube y vio realizado su sueño. -¡Soy poderoso! -gritaba, oscureciendo al Sol. -¡Soy invencible! -tronaba, siguiendo a las olas. Pero en la costa desierta del océano se erguía una inmensa roca de granito, tan vieja como el mun­do. Humi pensó que la roca lo desafiaba y de­sencadenó una tempestad como el mundo no ha­bía visto jamás. Las olas, enormes y furiosas, gol­peaban la roca, intentando arrancarla del suelo y lanzarla al fondo del mar.

Pero, firme, la roca continuaba en su sitio. Ángel mío! -sollozaba Humi-. ¡La roca es más fuerte que la nube! ¡Mi destino es ser roca! y Humi se convirtió en roca.

-¿Quién podrá vencerme ahora? -se pregunta­ba-. ¡Soy el más poderoso del mundo!

y así pasaron varios años, hasta que, una ma­ñana, Humi sintió una punzada aguda en sus en­trañas de piedra, seguida de un profundo dolor, como si una parte de su cuerpo de granito es­tuviese siendo lacerada. Enseguida oyó unos golpes sordos, y de nuevo un inmenso dolor. Loco de espanto, gritó:

-¡Ángel mío, alguien está intentando matarme! ¡Tiene más poder que yo, quiero ser como él! -¡Así sea! -exclamó el ángel, llorando. Y así fue como Humi volvió a picar piedras.

martes, 29 de diciembre de 2009

La Paz vendrá


Si crees que la sonrisa es más fuerte que las armas,
Si crees en el poder de una mano tendida,
Si crees que ser diferente es una riqueza y no un peligro,
Si sabes mirar a los otros con un poco de amor,
Si prefieres la esperanza a la sospecha,
Si estimas que debes dar el primer paso para acercarte al otro,
Si puedes alegrarte de la alegría de tu vecino,
La Paz vendrá.

Si la injusticia que padecen los otros te duele tanto como la que tú sufres,
Si sabes aceptar que el otro te haga un servicio,
Si crees que el perdón va más allá que la venganza,
Si sabes cantar la alegría de los demás y danzar su fiesta,
Si sabes aceptar la crítica sin defenderte,
Si crees que los demás te pueden ayudar a cambiar,
La Paz vendrá.

Si sabes escoger y aceptar un punto de vista distinto al tuyo,
Si no descargas tus culpas sobre los demás,
Si el otro es para ti ante todo un hermano,
Si la cólera es para ti debilidad, y no una prueba de fuerza,
Si prefieres ser herido antes de hacer daño a nadie,
Si crees que el amor es la única fuerza,
Si crees que la Paz es posible,
La Paz vendrá.

Distancia entre railes


La distancia que existe entre los raíles del tren es: 143,5 centímetros.
La respuesta puede parecer extrañísima y absurda. Lo lógico habrían sido 150 cen­tímetros, o algún otro número redondo, claro, fácil de recordar por los constructo­res y los empleados.

-¿Y eso por qué?-. :

Al principio, cuando construyeron los primeros vagones de tren, usaron las mis­mas herramientas que se empleaban para la construcción de carruajes. ¿Y por qlos carruajes tenían esa distancia entre las ruedas? Porque las antiguas carreteras se realizaron con esta medida.
Ahora bien, ¿quién decidque las carreteras debían tener esta anchura? La respuesta nos remonta a un pasado dis­tante: los romanos, grandes constructores de carreteras, fueron quienes lo decidieron.
¿Y cuál fue la razón?
Dos caballos tiraban de los carros de guerra de la época y, al poner lado a lado dos animales de la raza más extendida en ese tiempo, ocupa­ban 143,5 centímetros.
De esta manera, vemos que el ancho de vía usado por modernísimos trenes de alta velocidad fue determinado por los romanos. Cuando los emigrantes fueron a los Estados Unidos para construir el ferro­carril, no se preguntaron si sea mejor modificar la anchura y siguieron el mismo modelo. Esto llegó a afectar incluso a la construcción de transbordadores espacia­les: los ingenieros norteamericanos cosideraban que los tanques de combustible dean ser más anchos, pero se fabricaban en Utah, y debían ser transportados por tren hasta el Centro Espacial de Florida a través de neles que no permitirían el paso de nada diferente.
Conclusión: tuvie­ron que resignarse a lo que los romanos habían elegido como medida ideal. Aunque, para complicar aún más la vida de todo el mundo, hay países vecinos que usan anchos de vía diferentes, de manera que un tren tiene que parar en la
frontera y pasarle todo su cargamento a otro (aunque Francia tiene establecido un ancho de 1,43 metros, la distancia entre raíles en España es de 1,67 metros).