miércoles, 30 de diciembre de 2009

La ambición de querer ser


Hace muchos años, en la isla de Hokkaido, vivía el joven Humi, que se ganaba el sustento pican­do piedras. Aunque joven y sano, no estaba con­tento con su destino, y se quejaba noche y día. Humi, pese a no conocer bien el cristianismo, sa­bía que, según su tradición, al menos una vez al año se satisfacían los deseos de la humanidad. Así, un día de Navidad rezó con mucha fe y, pa­ra su sorpresa, se le apareció un ángel.

-Tienes salud y toda una vida por delante -le di­jo el ángel- Todos los jóvenes deben empezar a hacer

algo. ¿Por qué vives quejándote?

Dios ha sido injusto conmigo y no me ha dado la oportunidad de llegar lejos -respondió Humi. Preocupado, el ángel se presentó ante el Señor para pedirle ayuda y que su protegido no ter­minara por perder su alma.

-Que se haga tu voluntad -dijo el Señor- Como es Navidad, todo lo que desee le será concedido. Al día siguiente, Humi estaba picando piedras cuando vio pasar un carruaje que llevaba a un noble cubierto de joyas. Pasándose las manos por el rostro sucio y sudoroso, dijo con amargura: -¿Por qué no puedo ser noble yo también? ¡Ése es mi destino! -¡Así sea! -murmuró su ángel con gran alegría. y Humi se convirtió en dueño de un suntuoso palacio y de muchas tierras, rodeado de sir­vientes y caballos. Salía todos los días con su im­presionante cortejo, y le gustaba ver a sus anti­guos compañeros, mirándolo con respeto.

Una tarde, el calor era insoportable; incluso ba­jo su parasol dorado, Humi sudaba como en los días en que picaba piedras. Se dio cuenta en­tonces de que no era tan importante como pensaba: por encima de él había príncipes, empe­radores, y más alto todavía estaba el Sol, que no obedecía a nadie, pues él era el verdadero rey

-¡Ángel mío! ¿Por qué no puedo ser el Sol? ¡Ése debe ser mi destino! -se lamentó Humi.

-¡Que así sea! -exclamó el ángel, ocultando su tristeza ante tanta ambición.

Y Humi fue el Sol, como era su deseo. Mientras brillaba en el cielo, maravillado con su gigantesco poder para hacer madurar las cose­chas o quemarlas a su voluntad, vio un punto negro que comenzaba a avanzar a su encuentro.

La mancha oscura fue creciendo y Humi se dio cuenta de que era una nube que se extendía a su alrededor y le impea ver la Tierra. -¡Ángel mío! -gritó Humi-. ¡La nube es más fuerte que el Sol! ¡Mi destino es ser nube!

-¡Así sea! -respondió el ángel. Se convirtió en nube y vio realizado su sueño. -¡Soy poderoso! -gritaba, oscureciendo al Sol. -¡Soy invencible! -tronaba, siguiendo a las olas. Pero en la costa desierta del océano se erguía una inmensa roca de granito, tan vieja como el mun­do. Humi pensó que la roca lo desafiaba y de­sencadenó una tempestad como el mundo no ha­bía visto jamás. Las olas, enormes y furiosas, gol­peaban la roca, intentando arrancarla del suelo y lanzarla al fondo del mar.

Pero, firme, la roca continuaba en su sitio. Ángel mío! -sollozaba Humi-. ¡La roca es más fuerte que la nube! ¡Mi destino es ser roca! y Humi se convirtió en roca.

-¿Quién podrá vencerme ahora? -se pregunta­ba-. ¡Soy el más poderoso del mundo!

y así pasaron varios años, hasta que, una ma­ñana, Humi sintió una punzada aguda en sus en­trañas de piedra, seguida de un profundo dolor, como si una parte de su cuerpo de granito es­tuviese siendo lacerada. Enseguida oyó unos golpes sordos, y de nuevo un inmenso dolor. Loco de espanto, gritó:

-¡Ángel mío, alguien está intentando matarme! ¡Tiene más poder que yo, quiero ser como él! -¡Así sea! -exclamó el ángel, llorando. Y así fue como Humi volvió a picar piedras.