miércoles, 23 de diciembre de 2009

Un problema de percepción

Cuentan que un día iba un jinete cabalgando sin prisa por un camino poco transitado, cuando a penas de unos metros de su caballo vio cómo un escorpión venenoso se introducía por la garganta de un hombre que dormía tranquilamente tumbado al amparo de un árbol. El jinete bajó de su cabalgadura y con el látigo despertó al hombre dormido, a la vez que le obligaba a comer unos excrementos de caballo que recogió del suelo. Mientras, el hombre, sorprendido y enfadado, chillaba de dolor y asco:

"¿Por qué me haces esto?, ¿Qué te he hecho yo si puede saberse?"

El jinete continuaba azotándolo y obligándole a comer los excrementos. Instantes después, aquel hombre vomitó y arrojó el contenido del estóma­go con el escorpión incluido. Al comprender lo sucedido, el hombre agradeció al jinete el haberle salvado la vida, y después de besarle la mano, insistió repetidamente en entregarle su humilde sortija como muestra de su inmensa gratitud. Antes de despedirse, sin embargo, le pregunto a su benefactor:

"Pero, ¿por qué sencillamente no me despertaste?, ¿por qué razón tuviste que usar el látigo?"

"Había que actuar rápidamente, no había tiempo que perder con explicaciones", respondió el jinete convencido. "Si sólo te hubiese despertado no me habrías creído, te habrías paralizado por el miedo, o habrías escapado. Además, de modo alguno hubieses tomado los excrementos, y el dolor de los azotes provocaba que te convulsionases, lo que evito que el escorpión te picara". Dicho lo cual, partió al galope hacia su destino.

No lejos de allí, dos hombres de una aldea vecina que habían sido testigos del episodio, cuando regresaron junto a sus paisanos, narraron lo siguiente:

"Amigos, hoy hemos sido testigos de unos hechos terribles y muy tristes que revelan la maldad de algunos hombres. Un pobre labrador dormía plácidamente la siesta a la vera de un camino, cuando un orgulloso jinete entendió que obstaculizaba su paso, se bajo de su caballo y con el látigo comenzó a azotarle por la mínima falta. No contento con eso, le obligo a comer excrementos hasta vomitar, le exigió que le besara la mano y además le robo una sortija. Pero no os preocupéis, a la vuelta de un recodo hemos esperado al arrogante jinete y le hemos propinado una buena paliza por su deplorable acción.